Dolor…Dolor…Dolor…
Esa era la única palabra que evocaba mi torturada mente. Mis descontroladas lágrimas mojan mi cara. Buscaba en mi interior algo que me hiciera evitar lo que iba a llevar a acabo. Sólo veía recuerdos que fueron felices, pero ahora no hacían más que torturarme sin descanso.
No pude soportarlo más, me seccioné la muñeca con el cuchillo que agarraba en mi mano derecha. De ella emanó una sangre roja como el carmín. Mi cuerpo se desplomó en el duro y frío suelo esperando lo que tanto deseo…mi muerte.
De repente apareció, como si de un sueño se tratara. Él me abrazó aterrado. ¿Cree que apretándome contra su cuerpo va a evitar lo que tanto deseo?
Él la observaba aterrado, viendo como esa chispa que siempre le hacía sonreír desaparecía de sus ojos. Empezó a notar que la respiración de ella cada vez era más errática. Se dio cuenta de que no podía hacer nada por su pequeña. La angustia llenaba su corazón a cada segundo, llenando sus negros ojos de lágrimas representantes de la gran pérdida que estaba produciéndose.
Al fin llegó lo que yo más deseaba. Con un hondo suspiro dejé que mi mutilada alma saliera de mi cuerpo, exhalando mi último aliento.